Biblioteca Popular José A. Guisasola

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Lo que casi nadie sabe es que a bordo del barco del pirata Barbanegra viajaba su mamá. Doña Trementina Barbanegra —así se llamaba la señora— trepó por la escalerilla del Chápiro Verde una mañana en que su hijo estaba a punto de hacerse a la mar. Subió para alcanzarle el tubo del dentífrico concentrado que el muy puerco se olvidaba.

El barco soltó amarras y nadie notó sino hasta tres días después que la señora estaba a bordo.

—¡Madre! —dijo Barbanegra al verla.

—¡Hijo! —dijo Trementina.

Y se quedó.

El amanecer, el mediodía y el crepúsculo la encontraban en cubierta sentada sobre un barrilito de ron antillano atenta a los borneos del viento, vigilando el laboreo de las velas y desparramando advertencias a voz en cuello. Nadie como ella para husmear la amenaza de los furiosos huracanes del Caribe, a los que bautizó con los nombres de sus primas: Sofía, Carla, Berta, Margarita...

Mientras tanto, tejía. De sus manos habilidosas salían guantes, zoquetes de lana, pulóveres y bufandas en cantidad. Los hombres de Barbanegra, abrigados como ositos de peluche, sudaban bajo el sol del trópico. EL jefe pirata impuso castigos severos a los desagradecidos que se quejaban.

La cosa es que Trementina estaba ahí; día tras día meciéndose a la sombra de la vela mayor con los pies colgando del barrilito y sermoneando al loro cuando no se expresaba en correcto inglés.

Pero además —y este es el asunto que importa— la señora Barbanegra hacía buñuelos.

Una vez por semana se zambullía en la cocina del Chápiro Verde y forjaba una media tonelada de buñuelos; que eran muchos, pero no tantos si se considera el peso de cada uno. La mayor parte se comía a bordo, el resto se cambiaba en las colonias inglesas por sacos de buena pólvora.

El último amotinamiento —lo mismo que los tres anteriores— se había producido a causa de los buñuelos.

Un artillero veterano dijo que prefería ser asado vivo por los caníbales de la Florida antes que comer uno más de aquellos adoquines. Efectivamente, cuando lo desembarcaron en la Florida se sintió el más feliz de los hombres.

Más que comerlos, había que tallarlos con los dientes. Se sospechaba que estaban hechos con harina de caparazón de tortuga y al caer en el estómago producían el efecto de una bala de cañón de doce pulgadas.

A Barbanegra le encantaban.

En Puerto Royal compraron una partida de polvo de hornear para hacer más livianos los buñuelos, pero no sirvió de nada. La tripulación del Chápiro Verde había perdido todos los dientes. Ya nadie era capaz de sujetar el sable con la boca cuando saltaba al abordaje. Los hombres más rudos terminaron comiendo el pescado con pajita.

Barbanegra, en cambio, devoraba un buñuelo tras otro con formidable gula. Su madre, que vivía retándolo por esos atracones, terminó prohibiéndole que comiera más de cuarenta por día.

Hasta que sucedió lo que sigue.

Una madrugada de julio el vigía avistó un barco.

—Es francés —dijo Trementina Barbanegra sin levantar los ojos del tejido—. Les vengo diciendo que es peligroso andar por estos lugares. ¡Pero para qué! Si me hicieran caso... etcétera, etcétera...

En efecto: era la nave del capitán Jampier.

El capitán Jampier no podía ver a Barbanegra ni en la sopa.

Los dos barcos se aproximaron amenazantes. Ninguno estaba dispuesto a regir el combate. Las tripulaciones hormiguearon por la cubierta amontonando municiones y afinando los trabucos.

—¡Te voy a hacer picadillo! —gritó el pirata inglés.

—¡Y yo te voy a hacer paté! —le contestó el francés.

Los hombres de uno y otro bando aullaron para infundirse coraje y meter miedo a la vez.

Cuando las naves estuvieron a poca distancia volaron los garfios de abordaje y en minutos las dos quedaron pegadas como siamesas.

Todos los franceses saltaron al barco inglés y todos los ingleses al barco francés.

Los capitanes entendieron que así no se podía pelear. Ordenaron a sus tripulaciones dividirse; la mitad de cada una volvió a su respectivo barco para iniciar el combate. Y se inició.

Silbaban los sables. Tosían las armas de fuego. Sangraban los hombres por las narices y escupían muelas. Arreciaban los graznidos histéricos del loro y las protestas de mamá Trementina que trataba de proteger sus ovillos de lana. ¡La pelea era feroz!

Barbanegra y Jampier, desde los puentes de mando, se medían con la mirada.

Lenta, sigilosamente, con movimientos de babosa, cada uno fue acercando la mano a la cintura donde guardaba la pistola.

En lo más recio del combate los piratas advirtieron lo que iba a suceder: sus capitanes estaban a punto de enfrentarse en un duelo personal. Dejaron de combatir.

Todos los ojos en compota se posaron sobre esos dos demonios: Barbanegra y Jampier, Jampier y Barbanegra.

Durante cinco minutos nadie respiró.

La vista es demasiado lerda para percibir lo que pasó entonces. Las dos pistolas hicieron fuego al mismo tiempo.

¡¿Y?!

Un aro voló de la oreja izquierda de Jampier y se perdió entre los atunes del fondo del mar.

¡Pero su bala había dado en el pecho de Barbinegra!

Ustedes pensarán: murió.

No, no murió.

¡Un buñuelo! ¡Un bendito y providencial buñuelo se interpuso entre la bala y su cuerpo! Debajo de la tricota de lana Barbanegra había escondido un buñuelo de los que preparaba su madre, robado de la cocina la noche anterior. Al chocar con él, la bala se deshizo como un supositorio de glicerina sin herir al pirata.

Los hombres del inglés aullaron de felicidad. Locos de contento vivaban a su jefe y bailaban en una pata aunque fuese de palo.

¡No lo podían creer!

Jampier no entendió nada, pero rabiaba.

El combate se suspendió hasta nueva fecha y cada uno se fue por su lado.

Esa noche en el Chápiro Verde atronaron las canciones piratas festejando el episodio hasta que mamá Trementina mandó a dormir a todo el mundo.

Al día siguiente se creó la orden del Buñuelo y desde entonces todos los hombres de Barbanegra llevaron uno colgando sobre el pecho.

Y dicen que eso los volvió invulnerables.



FIN

Barbanegra y los buñuelos
WOLF, Ema
Buenos Aires: Colihue, 1994. Col. Libros del Malabarista

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Visto y leído en: Leer y escribir. Antología. Cuadernos para el aula. - 1a ed. - Buenos Aires: Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología de la Nación, 2007. (Formato pdf)
http://repositorio.educacion.gov.ar/dspace/bitstream/handle/123456789/96336/Lengua%20Antologia%20Leer%20y%20escribir.pdf



Fernando Rossia, Ilustración
http://fernandorossia.blogspot.com.ar/

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Barbanegra y los buñuelos
Ema Wolf
Colección: Libros del Malabarista
Editorial: Ediciones Colihue
Año de edición: 1994



Reseña:
Pocos saben que hay piratas que viajan con su mamá; el tema es cuando estas amasan a bordo buñuelos durísimos; también hay otros cuentos donde salen a la luz los secretos de la torpe hada de Cenicienta o aparecen personajes históricos del Buenos Aires colonial. En medio de los cuentos, un intervalo teatral con un drama de misterio.

Índice:
Carta a los chicos …3
Barbanegra y los buñuelos …9
La cuestión del hada Tomasoli …21
El virrey Olaguer, y Feliú …29
Intervalo teatral.
Filipo, el extraviado …41

Las medias hermanas …51
Amor en el bosque …61
Bajo el sombrero de Juan …69


Fuentes consultadas:

Ediciones Colihue - Ficha del libro

https://www.colihue.com.ar/fichaLibro?bookId=82

Biblioteca Digital Julio Cortázar
https://sites.google.com/view/bibliotecajuliocortazar/wolf-ema


Nadie en Sansemillas fabricaba los sombreros como Juan.

Los más empinados, los más vivos, los más galantes sombreros salían de sus manos. Sombreros de copa, de medio queso, redondos, triangulares, de fieltro, para días nublados, para noches de luna, amarillos, violetas y hasta sombreros grises para saludar que, sin ser ninguna rareza, también los fabricaba Juan.

Una vez entre otras, fabricó un sombrero de jardín de ala muy ancha con una cinta verde alrededor de la copa. Le llevó un día largo terminarlo. Era tan grande que no cabía dentro de su casa. Lo llevó al jardín y se lo probó. Le quedaba muy bien. Era de su medida.

–Me gusta –dijo–. Me quedo con él.

Un sombrero tan grande lo protegería del sol, del granizo, de las hojas que caen en otoño y otros accidentes.

De pronto Juan estiró la mano y la sacó fuera del sombrero.

–Llueve –comentó.

Pero ahora ese era un detalle sin importancia.

El perro de Juan, que había estado durmiendo entre los rosales, se acercó corriendo y le tironeó el pantalón con la mano.

–Me quedo debajo de tu sombrero hasta que pase la lluvia –anunció.

–Bueno... –dijo Juan–. Será cuestión de esperar un poco.

Casi enseguida se acercó una vecina que llevaba una gansa atada de un piolín.

–¡Qué tiempo loco! Menos mal que encontramos un techo para guarecernos –comentó la gansa.

Y allí se quedaron las dos.

Unos cazadores que la habían escuchado se acercaron con interés.

–La lluvia nos apaga el fuego del campamento.

Y un campamento sin fuego no es un campamento –argumentaron.

Así fue como se quedaron cazadores, vecina, gansa, fuego y perro, todos bajo el sombrero de Juan.

La lluvia seguía, tranquila...

Poco a poco se fueron arrimando los hombres y las mujeres del pueblo.

–¿Podemos quedarnos aquí? –preguntaban.

–Pueden –les decía Juan. Y entonces ellos, ya con confianza, amontonaban jaulas, chicos, terneros y muebles bajo el ala del gran sombrero.

La lluvia alcanzó por fin a los pueblos cercanos y pronto todo el país de Sansemillas golpeó a las puertas del sombrero buscando abrigo.

Llegaron los paisanos de a pie y de a caballo, los empleados de correo, toda la flora, toda la fauna, y también los fabricantes de paraguas.

Juan los recibía amablemente y se disculpaba porque no tenía muchas comodidades para ofrecerles.

No hubo problemas entre los parroquianos del sombrero.

Sólo un roce se produjo. Fue cuando un granjero reconoció en la capelina de una dama las plumas de una gallina de su propiedad. Devueltas las plumas a la legítima gallina, se hizo la paz.

El embajador de un país vecino, sorprendido por la lluvia, pidió asilo bajo el sombrero.

Detrás de él llegó el país mismo, y como era más bien tropical se vino cargado de bolsas de café, loros y caimanes que rasgaban las medias de las señoras.

Pronto algunos países de los alrededores imitaron al de los loros y los caimanes.

–¿Podemos quedarnos hasta que aclare? –preguntaban.

Y Juan hacía un lugarcito para que entraran sus plazas, monumentos y museos. Como sin querer empezó a llegar gente de lugares tan lejanos que Juan ni siquiera había oído hablar de ellos. Traían osos blancos y animales de cuello fino, que hicieron buenas migas con el perro primero de Juan.

Gente de piel roja trajo sus canoas pensando en el diluvio y hombres de piel amarilla trajeron regaderas calculando que a la lluvia siempre sucede la sequía.

Llegaron los capitanes con sus portaaviones, los batallones de soldados y los sabios, que siempre salen sin impermeable.

Algún loco trajo también la arena de las playas y los acantilados, como si fuera necesario proteger todo eso de la lluvia.

Un continente grande y otro formado por islas pequeñas se acercaron ronroneando. El último en correr bajo el sombrero trajo un lío de avenidas, vías férreas, paralelos y meridianos, todo confundido y hecho un ovillo.

Por fin no entró nada más bajo el sombrero de Juan. No porque faltara espacio o buena voluntad sino porque ya no quedaba nada ni nadie por llegar.

Juan se estiró mucho para sacar la mano fuera del sombrero.

–Ya no llueve –dijo tranquilo–. Es hora de que cada uno vuelva a su lugar.


FIN



De: Barbanegra y los buñuelos. Editorial Colihue



Visto y leído en:

El Libro de Lectura del Bicentenario. Primaria I. Plan Nacional de Lectura Ministerio de Educación de la Nación. Secretaría de Educación. República Argentina, 2010. Ilustraciones: Mónica Pironio / Ivana Calamita
http://planlectura.educ.ar/

EDAIC Varela (Equipo Distrital de Alfabetización Inicial y Continua)
http://edaicvarela.blogspot.com.ar/2013/02/sugerencias-de-nuevas-lecturas-partir.html



Barbanegra y los buñuelos
Ema Wolf
Colección: Libros del Malabarista
Editorial: Ediciones Colihue
Año de edición: 1994



Reseña:
Pocos saben que hay piratas que viajan con su mamá; el tema es cuando estas amasan a bordo buñuelos durísimos; también hay otros cuentos donde salen a la luz los secretos de la torpe hada de Cenicienta o aparecen personajes históricos del Buenos Aires colonial. En medio de los cuentos, un intervalo teatral con un drama de misterio.

Índice:
Carta a los chicos …3
Barbanegra y los buñuelos …9
La cuestión del hada Tomasoli …21
El virrey Olaguer, y Feliú …29
Intervalo teatral.
Filipo, el extraviado …41

Las medias hermanas …51
Amor en el bosque …61
Bajo el sombrero de Juan …69

Fuentes consultadas:

Ediciones Colihue - Ficha del libro

https://www.colihue.com.ar/fichaLibro?bookId=82

Biblioteca Digital Julio Cortázar
https://sites.google.com/view/bibliotecajuliocortazar/wolf-ema

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