Biblioteca Popular José A. Guisasola



Cuento» La avicularia


Atención las personas impresionables que anden por las selvas amazónicas, especialmente en Brasil.

La avicularia avicularia –dos veces avicularia– es una araña enorme, corpachona, negra, peluda, fiera con ocho ojos amontonados de manera bizca y patas de gorila. Las patas terminan en una felpa color naranja, de modo que parece calzada con escarpines.

Al ser tan grande es también más fea, por aquello de que lo feo, si grande, mucho más feo. Y aunque es cierto que cada tanto cambia de piel y rejuvenece, eso no la vuelve más linda. A esta altura ni un lifting podría mejorarla.

Es tal su aspecto que las mismas arañas domésticas escapan ante la avicularia como ante un monstruo horripilante. Pero es mansa, de buen carácter, no pica a las personas –a menos que esa persona le insista demasiado– y su mordedura no es peligrosa. Hace muchos años un naturalista vio en Brasil a unos chicos indios que paseaban un arañón de éstos atado a una piolita como si fuera un perro pekinés. La avicularia no teje telas aéreas para capturar las presas sino que teje para construir su guarida. Fabrica una especie de tubo de seda vertical entre las grietas y cortezas desprendidas de los árboles. Allí vive. Durante el día permanece oculta. Para comenzar sus cacerías espera la llegada de la noche, lo cual es una suerte porque así se la ve menos.

Es obvio que semejante cuerpo no se alimenta solo con mosquitas. La avicularia –de ahí su nombre– es capaz de comerse un pájaro o un pollito. Bocados son para ella los insectos corpulentos, las ranas crocantes, las lagartijas, los ratones y también sus parientes, las arañas normales. Todo eso lo tritura con sus quijadas de hierro, después hace un provechito y se derrumba en largas digestiones.

El problema con la avicularia entonces es que nadie quiere topársela cara a cara, y quien la vio una vez no puede evitar el disgusto de recordarla el resto de su vida. Problema para los demás, claro, no para ella que está perfectamente satisfecha con su figura aunque sabe bien del espanto que provoca.

Algunas avicularias tratan de sacar provecho de ese espanto cobrando una especie de peaje por no aparecer.

Si uno va caminando por la selva amazónica y ve junto a un árbol una latita con monedas, no pregunte nada, ponga también su moneda y aléjese de inmediato, especialmente si es cardíaco. Así evitará que la avicularia se le aparezca de pronto golpeándose el pecho y aullando como Tarzán.

No se le podía ocurrir nada peor a la animal.



Ema Wolf, en: ¡Qué animales!, Buenos Aires, Sudamericana, 1999.
Ilustraciones: Carlos Nine

Cuidado al abrir el libro: está lleno de animales que andan sueltos. Algunos son malhumorados, explosivos o capaces de bromas puercas.
La autora no los inventó: existen en la naturaleza. El profesor Zeque -que también anda suelto por el libro- los conoce bien porque es un estudioso de la fauna. Al menos eso dice él... Si alguien merece estar en una jaula, es el profesor Zeque.

Visto y leído en:

En Scribd: Ema Wolf -La Avicularia. Cargado por Taller Literario Purapalabra / María Fernanda Barro Gil
https://es.scribd.com/document/349477766/Ema-Wolf-La-Avicularia
EJE Literatura. Serie Cuadernos para el aula. Nap Lengua 4 - Ministerio de Educación, Ciencia y Tecnología
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