Mi tío Pepe Murias es un hombre de ideas. Pocas, pero notables. Sus ideas sobresalen entre las demás como las cabezas de las personas altas en la multitud.

Una de las más robustas es esta:

—En toda casa decente —dice— hay siempre un poco de olor a pis de gato.

La idea no es nada complicada, pero le ha causado algunos dolores de cabeza. Especialmente por esa costumbre suya de preguntarle de golpe a cualquiera si en su casa hay suficiente olor a eso que dije. Muchos se enojan o no entienden.

Con el tiempo esa idea se transformó en su única medida para conocer a las personas. A tal punto que cuando entra por primera vez a una casa lleva su pisdegatómetro, un aparato de su invención que se ajusta sobre la nariz y funciona a pilas, más o menos como una aspiradora sensible.

Mi tío nunca volvió de visita a una casa donde la aguja marcara por debajo de 4.6, que según él es el mínimo tolerable.

Sus amistades, claro, no son muchas, pero sí selectas.

El mejor de sus amigos se llama Anselmo. Es ayudante de un regador de canchas. Usa un pompón en la cabeza – el pompón solo, sin gorro-, Pepe lo quiere mucho.

Por supuesto, se trata de una persona honestísima: Anselmo tiene veintitrés gatos.

Tan grande es el olor a pis de gato en su casa que los vecinos se fueron mudando hasta dejarlo solo en la manzana (Pepe siempre desconfió de los vecinos de Anselmo).

Entre esas paredes mi tío pasa muchas tardes con su amigo jugando a la batalla naval y hablando del peligro de extinción de las ballenas australes.

Pero ocurrió que un invierno el olor de pis de gato disminuyó notablemente en casa de Anselmo.

La exquisita nariz de mi tío lo percibió enseguida.

En pocos días el olor llegó a límites tan bajos que el pisdegatómetro marcaba 0.9 en la terraza, lugar donde generalmente los niveles son muy altos, en especial los días de humedad.

Pepe se sintió triste y, sobre todo, confundido. Pensó que su amigo Anselmo ya no era el de antes, que se había convertido en una persona capaz de hacer cosas horribles.

Una tarde Anselmo le contó preocupado que sus gatos estaban desapareciendo.

—Me di cuenta —dicen que le dijo Pepe con ferocidad, y lo agarró del pompón—. No te los estarás comiendo, ¿no?

Anselmo se defendió. Él era incapaz de comerse sus propios gatos. Uno a uno se iban sin disimulo, y no sabía por qué.

Pronto descubrieron el motivo: muy cerca, en los terrenos del ferrocarril, habían inaugurado una feria municipal, y en la feria, un puesto de pescado.

Allí estaban los gatos.

Se habían apostado junto al puesto –valga la redundancia- y esperaban atentos que el pescadero les tirara algún bocado de merluza. Anselmo se arrancaba los pelos.

—¡Mi casa es un asco sin ellos! —gritaba.

Y era cierto. La casa se había vuelto higiénica, desinfectada, pasteurizada.

Tarde o temprano —pensaba Pepe— Anselmo sería igual a su casa. Estaba convencido de que los gatos se habían llevado esa desprolijidad y esa roñita que debe haber en el alma de todo lo que es honesto.

Pero en poco tiempo el destino puso las cosas de nuevo en su lugar.

Los gatos volvieron. Tan campantes, se desparramaron otra vez por la casa y se repartieron los almohadones.

Tenían sus motivos para volver: el pescadero, un avaro- mala persona ranfañoso, no les había dado de la merluza ni una escama.

Así que retornaron a Anselmo y a su corazón generoso, o al bofe hacia fin de mes, pero siempre en cantidad. Él los abrazó uno por uno, conmovido.

Mi tío Pepe se sintió de veras aliviado.

Respiró con placer el renovado olor a pis de gato y aceptó las disculpas de su amigo que –confesó- le había hecho trampas en los tres últimos partidos.

Toda esta historia sirvió solamente para reforzar la famosa idea de mi tío: el mezquino pescadero no merecía vivir rodeado de veintitrés gatos meones. En cambio su amigo Anselmo sí, porque era una persona generosa, espléndida, buena y decente hasta no sé dónde.


FIN


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Fámili. Ema Wolf. Ilustraciones de Jorge Sanzol. Buenos Aires, Editorial Sudamericana, 1992. Colección Especiales.

Cualquiera que sacuda las ramas de su árbol genealógico verá caer personajes raros. ¿Quién no tiene acaso un abuelo que encarnó en un gato? ¿A quién le falta en la familia una tía capaz de revivir moscas, o un primo víctima de su propia dentadura? Este libro contiene doce historias de parientes que bien pueden ser los suyos; y si no es así, te los prestamos.
(Texto de la contratapa del libro)

INDICE
Pis de gato. Pág. 9
Una artista. Pág. 15
La ruta del chocolate. Pág. 21
El pariente. Pág. 27
Historia del catalejo. Pág. 33
Pamela. Pág. 39
Antepasados sueltos en mi árbol genealógico. Pág. 44
Hormigas y corno. Pág. 49
El caso Vicente. Pág. 55
Moscas resucitadas. Pág. 61
Nuestro canuto. Pág. 67
Otra vez Cleta. Pág. 73
El encarnado. Pág. 79



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Visto y leído en:
EDAIC Varela (Equipo Distrital de Alfabetización Inicial y Continua)
http://edaicvarela.blogspot.com.ar/2012/12/ema-wolf.html

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